CAPITULO VIII Llegué a la República Checa y mientras caminaba hacia la calle de Robert Nozick, dos individuos de aspecto sospechoso comenzaron a seguirme. Cargada con el violonchelo y una pequeña bolsa de mano, aceleré el paso, doblé diversas esquinas y ellos seguían detrás de mí. Giré en falso introduciéndome de lleno en una calle sin salida, intenté marcharme pero resultó imposible. Los dos hombres se abalanzaron sobre mí imposibilitándome un intento de huida. Gritaban en una lengua que era incapaz de comprender. Me robaron mi violonchelo y mis pertenencias y huyeron acobardados. Permanecí sentada en el suelo llorando desconsolada, para mí todo había perdido el sentido y mi esperanza se esfumó como una vela que ahogada, pierde su llama. Comencé a caminar sin rumbo hasta que la oscuridad invadió las calles trayendo consigo el miedo, la soledad y la tristeza. Pasé toda la noche en vela paseando y pensando en un modo de salir del país y regresar. Llegué a la conclusión de tomar un tren
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