LA ÚLTIMA
MARATHÓN DE MI PADRINO, JAUME
Hoy, al ver las noticias, he sentido un vuelco en el corazón
cuando he visto los sendos maratones en
Madrid y Barcelona. Esto me ha traído a
la memoria, una maratón muy especial que viví junto a mi padrino Jaume Sureda, así
lo relaté y así lo traigo de nuevo para
deleite de los que no tuvieron la
oportunidad de leerlo, y también como homenaje a mi padrino , ya fallecido.
Nota aclaratoria (El
padrí (padrino en catalán, es el padrino de bautismo, persona que tiene gran
relevancia en la sociedad catalana, ya que asumiría si llegase el caso el
cuidado del ahijado o ahijada)
Mi padrino Jaume siempre había sido un deportista de elite,
natación de competición, wáter polo, profesor de natación, montañero… Hasta hacía
pocos años había llevado el pesebre a la cima de las montañas catalanas.
Un infarto le dejó fuera de ver las nubes de cerca, y cuando
me propuso correr en la Maratón, el Parkinson empezaba a hacer mella.
-De acuerdo padrí. Le dije.
El recuerdo de las Olimpiadas del 1992 estaba aún fresco y,
me vi con ánimos de acompañarle en esa travesía para entrar como campeones en
el Estadio de Montjuich , donde tantos atletas lo habían hecho antes.
Me desplacé desde mi ciudad con el convencimiento de no
dejarle mal en esa pequeña travesura senil. Cuando llegué a su casa ya estaba
listo, impaciente por encaminarnos a la salida.
Cogimos el metro, y si bien a aquella hora era normal ver a
gente que se desplazaba a su trabajo, en ese día casi todos los ocupantes del
metropolitano eran familias, jóvenes y no tan jóvenes con aspecto deportivo y
zapatillas preparadas para correr.
La plaza Cataluña, lucia en todo su esplendor, y hasta las
palomas en gris y negro que las pueblan salían despavoridas ante tal algarabía.
Éramos cientos los que nos agolpábamos frente el rotulo de
salida con el dorsal pegado a la espalda que nos daba la posibilidad de estar
en esa carrera. Nos repostamos de agua y alguna fruta, que mi padrí, Jaume, ya
había colocado en nuestras mochilas y esperamos impacientes la salida.
Cuando el pistoletazo de salida dio paso a que muchos
corredores profesionales empezaran a serpentear por las calles de Barcelona,
ahora vacías de tránsito ante tal evento, mi padrino y yo lo tomamos con calma.
Sus ochenta años, bien llevados, no nos daban la prioridad de salir volando, ya
que nuestro destino era poder llegar a la meta tres horas después.
Nos confundimos entre el gentío que se divertía caminando,
madres con carritos, y niños más grandes con su padres a los hombros, era una
gran fiesta animada por grandes megáfonos, y sirenas de policía que anunciaba
nuestra llegada.
Empezamos con paso firme que no dejaríamos en todo el
trayecto hasta llegar al final de la carrera. La llegada a la Plaza de España
fue relativamente fácil, callejeando por Barcelona, y unidos a la multitud
seguíamos bien el paso.
En la subida a Monjuich , con algunas repentinas elevaciones
de la calzada , el paso de Jaume se hizo más sereno , aunque la verdad es que
yo iba ya resoplando .
Descansamos un poco en el avituallamiento, para beber agua y
en poco menos de dos horas vimos el Estadio a poca distancia.
La sensación de entrar en es catedral del deporte, donde
años antes habían concursado atletas de todos los países, te llenaba de una
vanidad extrema aunque en esos momentos solo se oyera el griterío de los que
íbamos en la Maratón. Cerré un momento los ojos intentando imaginar lo que
sintieran nuestros deportistas en tales circunstancias, Jaume, mi padrino se
apresuró a jalearme para que siguiéramos, viendo mi extasiamiento momentáneo.
Seguimos la marcha ahora si ya bajando la montaña de
Monjuich, y encaminándonos hacia la meta. Jaume, mi padrino calculó, con esa
exactitud que solo pueden tener los deportistas de elite, que ya no llegaríamos
a tiempo a la meta, antes que cerraran la carrera.
-No et preocupis (no te preocupes) – le dije en catalán su
lengua materna. Lo más importante es llegar, aunque no sea a tiempo.
Pero su prurito de montañero, hizo que aceleráramos el paso
un poco más rápido. Ya en la calle Pelayo, muy cerca de la meta, vimos que el
coche escoba y los motoristas iban cerrando la carrera.
¡-Adelántate tú!- me dijo
-¡No padrí! – Le contesté – Llegaremos los dos a la vez.
La voz del megáfono anunciaba que los últimos corredores
estaban entrando en la Plaza Cataluña, y que la carrera se daría por
finalizada.
Quedaba escasos doscientos metros, ya leíamos el cartel de
Meta, y teníamos los motoristas pegados en los talones.
¡Esperen por favor!- les grité - Quizás sea su última
carrera, tiene 80 años.
La misma voz que avisaba el final de la carrera, al oír mi
petición empezó a animar a mi padrino. Los motoristas se colocaron a ambos lado
escoltándolo y los aplausos de los ciudadanos se tornaron en un clamor a su
llegada a la meta.
Yo no podía contener las lágrimas de emoción viendo como
Jaume había ganado su última carrera, la misma que ahora, con 88 años tiene por
la vida, luchando por ella e intentando llamar a la muerte para que se lo lleve.
Fui un día de esos que quedan en tu memoria para siempre, y
que aún hoy al escribir este relato las lágrimas acuden involuntarias a mis
ojos creando una emoción que me encoge el alma.
Para ti, Padrí que has representado uno de los mejores
ejemplos para mi vida. Un abrazo;
(Dedicado a Jaume Sureda Botán )
Angels Vinuesa
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