EL BAILE DE MÁSCARAS
Se vistió con sus
mejores galas, cambió sus lágrimas por sonrisas su ansiedad por
serenidad, su impaciencia por calma, su tristeza por una sonrisa y hasta
se colocó un titulo aristocrático: Lady.
No sabía
entonces que en el mar de los bits se encontraría con él. Fue por
una casualidad o quizás el azar que le hizo toparse de bruces con el
hombre.
Pronto la Lady, se
dio cuenta que era él, el hombre que ella conocía, pero guardó silencio.
Sentía tanto temor que se volviera a marchar, que huyera de nuevo
de su vida dejándola con el alma seca, que aspiró hondo
y reprimió sus sentimientos.
Él no podía ver su
rostro, ni podía oler su perfume. Sólo podía sentir su cercanía detrás del cristal.
Ella inventó una
vida de paisajes distintos para que no
tuviese la más mínima sospecha que fuera ella y volviera
de desparecer. Pero abrió su alma de mujer para que el hombre
la conociese.
No era la Lady, la que
hablaba sino la mujer serena, desde el interior de sus intrigas.
Fue sincera en eso, desgarradamente franca. Y le explicó facetas de su
vida que eran reales y que él desconocía por la lejanía en el
tiempo.
Y le habló desde el
corazón solitario conteniendo la respiración en cada letra,
tropezándose las emociones atrancadas por el miedo que
despareciese nuevamente de su vida.
Él le hablaba
desde el alma, expresando emociones que ella recogía y compartía.
No podía creerse que el hombre de la canción fuese él. Que ese ser que
tecleaba detrás del cristal fuese el hombre amado y
deseado desde la noche de los tiempos.
Ella, la lady
reconocía cada palabra, cada expresión, y hasta podía imaginar su
sonrisa, y entonces sus dedos se le agarrotaban y un nudo le
subía a la garganta haciéndola toser.
Imaginaron un
mundo de ensoñaciones. Vivieron viajes inolvidables, rieron y
lloraron desde las esquinas solitarias de las sensaciones.
Él, el hombre,
pensando que nunca la conocería, ella, La Lady, sabiendo que no
podía delatarse. Estuvo en un tris de confesarle
que era ella, aquella que conocía, pero no pudo por más que lo intentó. Sus
esfuerzos fueron baldíos. El miedo la frenaba. El terror de volver a perderlo.
Solo quería
alargar esa comunicación, tener la oportunidad de demostrarle
la persona que era, y que él, el hombre, nunca había conocido. Nunca le
engañó en eso, siempre fue ella misma con la más absoluta sinceridad.
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Imaginaron una casa
delante del mar, y hasta le puso su nombre. Él decía que plantaría un
árbol, y que ella, la lady acudiría cada noche para acompañarlo. Y que
llamaría a las sirenas para que le hiciesen compañía en las noches
oscuras sentado en las rocas, con solo la luz de faro iluminándoles
intermitentemente.
Le podía imaginar
sentado frente el azul intenso del océano, con la vista en el
horizonte, su cara tranquila, una media sonrisa. Y hasta
podía oír el rumor de las olas al chocar contra
las rocas.
Entonces, él, el
hombre, escuchaba ese sonido mágico que venia de lejos, de muy
lejos y que le llamaba en el silencio de la noche. Era ella,
la lady, que desde otros mares le susurraba confidencias al oído, que
le lanzaba un llanto ahogado por las risas y por la
nostalgia.
Y era, en ese
preciso instante, cuando ella, La Lady, le hacía mirar al azul de
la noche, y cogía una estrella lanzándola fugazmente para que él la
observase. Él, el hombre, la reconocía al instante y entonces sabia
que ella estaba allí, y su fantasmagórica presencia le
sobrecogía y le hacia estremecer.
La Lady, una
noche colocó en el mar, ese otro mar, una botella con un
mensaje para él y hoy quizás, posiblemente
repose en el fondo enterrado por el olvido.
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Pero un día, él, el
hombre, desapareció de nuevo, y ella, la Lady volvió a
quedarse sola, con esa soledad del alma que oprime, que desgasta,
que duele.
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Y cuentan que
muchas noches, el fantasma de la Lady, vaga por la casa
solitaria que lleva su nombre. Y que cuando el
faro le alumbra, se la ve sentada a los pies de aquel árbol, que el
hombre plantó para ella. Y que lleva en la mano aquella botella con el
mensaje que rescató del fondo del océano y que los delfines le trajeron, con un
mensaje de amor, y de confesión.
Y explica el
farero que el fantasma de la Lady, descalza, con un vestido
blanco, el cabello al viento, acude cada noche a la casa cuando él esta, y
después se interna en el océano perdiéndose entre la bruma.
Aunque él, el hombre,
nunca la ve, pero nota su presencia, y aspira desde la ventana el
perfume que creó para ella, y entonces sentado en la mecedora
sonríe y se duerme. Y ella, se queda a su lado para velar su
sueño susurrándole una nana de amor.
Ella, la lady está con
él, como siempre estuvo, y posiblemente como siempre estará.
Aunque él, el hombre, nunca supo ver sus lágrimas.
Y cuentan que cuando él
se va, el fantasma de la Lady se queda en la casa, y muchas noches
pueden verla vagando por la playa solitaria cuando el faro la
ilumina, esperando su regreso.
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