EL HOMBRE QUE SUSURABA A LAS MOSCAS
El transporte metropolitano de
Barcelona alardea de ser uno de los mejores de Europa, de hecho siempre que
viajo a la gran ciudad suelo utilizar el metro, ya que me resulta cómodo y
sobre todo rápido.
En ocasiones se hace necesario
utilizar el autobús, bien porque la boca del metro está lejos, o bien, porque
el punto de llegada no tiene acceso el metropolitano.
Los buses cuentan todos ellos con
rampas para personas con alguna minusvalía. He tenido en uno de estos viajes
interurbanos la sorpresa de conocer “al hombre que susurraba a las moscas” Nada
que ver con aquel Robert Redford que susurraba a los caballos, sino la
antítesis personificada aunque con algunos argumentos comunes..
………………..
Llevaba más de medio trayecto
sufriendo los atascos de una ciudad que abandoné hace ya más de 20 años,
acostumbrada ahora ya, desde hace mucho tiempo a la tranquilidad de una ciudad
cerca del mar, y que se solo se atasca en las fiestas Patronales, y el día de
los Reyes Magos, acomodada en la parte media del autobús, cerca de la puerta,
le distinguí.
El hedor que provenía de la rampa,
nos azotó en la cara a todos que viajábamos en aquel bus. El fuerte olor a orín
y a suciedad iban acompañados por un varón de más o menos setenta años, que
venía acompañado por cinco moscas que los circundaban, arrastrado por un chino
que le había subido por la rampa, y que una vez lo hubo dejado colocado, salió
“echando leches” del autobús maldiciendo lo sucios que son los blancos por lo bajini.
Las moscas daban vueltas alrededor de
él y se posaban aquí y allá. El hombre con las manos enlutadas por la suciedad
, tenía el pelo grasiento, barba de infinitas semanas , y una especie de
chándal de color , iba a decir negro ,pero estaba estampado con todo tipo de
manchas de huevo , de grasa , de tomate … y no sé cuantas más esparcidas por
todo el cuerpo..
De la silla colgaba un garrafa de
cinco litros de agua mineral, y apoyado en las ruedas un par de diarios
gratuitos, descalzo, con dos calcetines agujereados que dejaban ver claramente
su dedo gordo, y sobre sus piernas una bolsa de plástico y una “litrona Xibeca
“.
El hombre, que susurraba a las moscas
que lo envolvían, y que no se movían de su alrededor, se sujetaba, con una mano
al asidero del autobús y con la otra metía trago tras trago de la litrona, para
después secarse la boca con la manga del jersey o lo que fuera.
Pero cada vez que la litrona bajaba
de volumen, la mano de aquel hombre se aflojaba del asidero, y la silla de
ruedas, que seguramente había perdido los frenos de seguridad, se acercaba
directamente a la puerta de salida temiendo todos los viajeros un fatal
desenlace.
Imaginé miles de historias, sobre
como un ser humano puede llegar a tal grado de degradación Y todas eran tan extremadamente
dramáticas y tristes que desistí en intentarlo.
Este juego de inventar historias
sobre personas anónimas lo llevamos haciendo desde hace ya una década con mi
hija Marta cuando salimos de viaje. Al principio para que ella, Marta niña, se
distrajera.
Hasta yo inventaba historias
inverosímiles cargadas de realismo, que solo eran fruto de mi imaginación.
Después con el tiempo con, Marta joven, seguimos realizando este experimento
antropológico simplemente por divertimento.
En ese instante, delante de aquel
hombre cuya vista se nublaba por el alcohol ya ingerido de la Xibeca , pensé
intensamente en Marta ya que a ella siempre le salían las historias mucho más
positivas que las mías , aunque creo que en este caso coincidiríamos en el
punto de decidirnos por una vida llena de desastres , y puntos muertos que
habrían llevado a aquel hombre que hoy intentaba aguantarse en una silla de
ruedas , intoxicado etílicamente a un camino sin retorno, sin esperanzas.
Posiblemente un accidente le dejó en
ese estado, sin trabajo, ni medios económicos, quizá, sin familia que le
acogiera.
El hombre seguía murmurando a
aquellas moscas que no se separaban de su mugriento cuerpo, y cuando yo
descendí del autobús la Xibeca estaba completamente vacía y su silla de ruedas
iba dando tumbos, y golpeándose, de un lado al otro del autobús.
Le miré de soslayo, y jamás vi una
mirada tan perdida, solo las moscas le hacían compañía, aquellas moscas que
eran las únicas que no le habían abandonado jamás.
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