EL HOMBRE DE LOS GATOS
Era
el Presidente de la comunidad. Se le veía un hombre serio, siempre con traje y
corbata y acompañado por su mujer.
A menudo atento a las normales vicisitudes y obligaciones que trae consigo el hecho de ser Presidente de la escalera. Siempre que surgía un problema, tanto si era una bombilla, como un arreglo del ascensor allí estaba él.
A menudo atento a las normales vicisitudes y obligaciones que trae consigo el hecho de ser Presidente de la escalera. Siempre que surgía un problema, tanto si era una bombilla, como un arreglo del ascensor allí estaba él.
Nunca
mantuvimos ninguna conversación que no se derivara de los pequeños problemillas
que tenias en casa o en el portal. Me pareció un hombre entregado a su trabajo,
que suponía importante, y amante de su esposa.
Ella
mucho más conversadora, me preguntaba sobre cómo me sentía en esa escalera, o
si necesitaba alguna gestión, invitándome siempre a su casa, a la que yo nunca accedí,
quizás por ese sexto sentido que siempre me ha acompañado durante toda mi vida.
Pasaron
los años, y el presidente seguía en su misma línea, se le solía ver hablando
acaloradamente en las reuniones de vecinos, siempre defendiendo, con argumentos
cualquier mejora, que creía era importante.
De hecho aunque pasaran los años siempre salía reelegido, porque todos en el vecindario sabían de su competencia y de eficiencia probadas.
De hecho aunque pasaran los años siempre salía reelegido, porque todos en el vecindario sabían de su competencia y de eficiencia probadas.
Pero
todo cambió, de una forma brusca, y la imagen que yo tenía de esa persona cayó
estrepitosamente, derrumbándose el mito.
Parece
mentira como muchas veces hacemos clichés de las personas, sin imaginarnos que
a veces son tan solo un espejismo, un holograma de la realidad, y que las
personas muy frecuentemente tienen otras vidas que no conocemos.
Es
tanta la necesidad de convertir a las personas, en prendas de una tienda, que
nos dedicamos a colocar etiquetas morales, creyendo que esa es la verdad y que
no existe cualquier otra.
Un
día llegando a mi trabajo, en el que hay un gran parque rodeado de árboles, un lago,
y muchos caminos de piedras y bancos, está también habitado por multitud de
gatos que hacen de ese parque su casa permanente.
Son
gatos callejeros, que viven al resguardo de los intrincados rincones del
bosque. Los gatos están bien alimentados, ya que si no buscarían otro lugar de
la ciudad para vivir.
Los hay negros, manchados en dos colores, de color amarillo y de todas las gamas conocidas.
Los hay negros, manchados en dos colores, de color amarillo y de todas las gamas conocidas.
Un
pequeño estanque en el medio del parque, está adornado por el estilo
inconfundible del gran arquitecto de la Sagrada Familia de Barcelona: Gaudí. No
por menos ésta fue su ciudad de nacimiento.
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La
sombra de un hombre desaliñado, rondaba todos los días el parque. Siempre con
bolsas de comida para los gatos .Su mirada huidiza, y su extraña relación con
toda la comunidad gatuna del parque era muy intrigante...
Acudían
como moscas a la miel, y se le veía completamente cercado por un círculo gatuno,
que lo rodeaba y subía por sus brazos, y hasta se colocaban en su cabeza.
El
hombre sonreía, con una mueca fatídica, y esparcía con las grasienta manos la
comida que llevaba en las bolsas del súper, ahora improvisada fiambrera de comida.
Ese
hombre sucio, harapiento era ni más ni menos que mi vecino El Presidente.
¡Dios!
cuantas personas en una misma persona, no podía creerlo y sin embargo allí
estaba él, solo, con todos los gatos circundándole. .
No
me permití saludarle, quizás tampoco me habría reconocido en esa doble
identidad.
Me lo quedé mirando de soslayo y pensé en cuanto nos equivocamos al etiquetar a las personas, nunca llegamos a conocerlas de todo.
Me lo quedé mirando de soslayo y pensé en cuanto nos equivocamos al etiquetar a las personas, nunca llegamos a conocerlas de todo.
Lo
observé mientras me alejaba, en un momento determinado, alzó la vista quedando
clavada en mi retina .Su mensaje era claro:
¡No
me molestes!
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